MAQUISAPA, EL SEMBRADOR DEL BOSQUE
José Álvarez Alonso
“Majo”, mi guía, indígena Jíbaro-Achuar, paró en seco, escuchó atentamente y me dijo: “Escucha, ñaño, maquisapa”. Efectivamente, a lo lejos se escuchó un ruido sordo, como grito de gente. “Voy a remedarles”. Con sus dos manos en forma de bocina comenzó a imitar los gritos de las maquisapas. Contestaron casi inmediatamente. Majo volvió a llamar, contestaron más cerca. Luego de un rato de interacciones comenzamos a escuchar un ruido de ramas cada vez más cerca. En un momento parecía como si todo el bosque se moviese, nunca me olvidaré el impresionante estruendo que estos animales producen cuando se trasladan por las copas.
Cuando estuvieron encima de nosotros los maquisapas se pusieron a mirarnos inquisitivamente, buscando a sus supuestos y gritones congéneres. Un macho grande, en particular, bajó hasta el subdosel y se puso a orinarnos con gesto desafiante. Majo apuntaba con su escopeta, mientras yo repetía: “Ni se te ocurra”. Yo había aleccionado a mi amigo Enrique Maynas, nativo del alto Corrientes, sobre lo escasos que son esos animales, pero no podía con su instinto cazador, vital para la supervivencia de un pueblo que ha sobrevivido y prosperado en el Amazonas por miles de años. Reorientó su frustración mitayera cortando una soga “itininga”, que enrolló cuidadosamente y puso en medio de la trocha. “Es un ícaro; vas a ver cómo están de nuevo los maquisapas por aquí cuando estemos de vuelta”, me explicó ante mi curiosidad.
La historia ocurrió en el alto Tangara, afluente del río Pucacuro -hoy Reserva Nacional- hace unos 20 años. No recuerdo si los animales volvieron al lugar de la itininga, y aunque he visto luego muchas manadas de maquisapa, nunca olvidaré esta mi primera experiencia con estos magníficos animales en su ambiente natural. La observación de una manada de maquisapas, de choros o de huanganas moviéndose por el bosque, es una de esas memorables experiencias amazónicas que te transportan a otros tiempos, cuando el hombre vivía en armonía con su medio. Hoy los monos maquisapas son extremadamente escasos debido a la cacería despiadada.
He oído varias historias de lo impresionante que es ver agonizando a uno de esos inteligentes animales herido por bala o flecha. Muchos cazadores me han confesado que no matan más maquisapas luego de haber visto cómo uno se trataba de tapar la herida de la bala y miraba aterrado la sangre en sus dedos, como un ser humano. También he escuchado varias historias del apego que tienen con sus crías: madres que transportan a sus crías muertas por días, como hacen los gorilas o chimpancés; o madres que tratan de salvar a sus crías cuando llega el cazador y sufren el impacto de los primeros disparos…
Una historia que me contó Majo me impactó en particular: había perseguido y disparado a una manada de maquisapas; una cría de pocos días había caído al suelo en medio de la confusión. Luego de observar que no tenía nada roto, y como recién entraba al bosque a cazar, Majo armó una jaula improvisada en medio de la trocha clavando estacas y amarrándolas en la punta superior, formando una especie de cono; metió ahí a la cría, pensando recogerla más tarde. Cuando volvió unas horas después descubrió que la madre había vuelto, había bajado al suelo y había logrado desarmar la jaula para rescatar a la cría. “Había pisadas de maquisapa alrededor de la jaula, no de gente”, me aclaró cuando le pregunté si no habría sido otra persona.
La maquisapa o mono araña es uno de los monos más famosos de la selva. Todo el mundo ha oído hablar de él, incluso muchos han comido su carne (que se sigue vendiendo ilegalmente en Belén, increíblemente), pero muy pocos, poquísimos diría yo, lo han visto en su ambiente natural… ¿Por qué? Pues porque ha sido extirpado, exterminado, masacrado de la mayor parte de las zonas más accesibles de la selva, incluyendo las riberas de los ríos y quebradas, y las zonas más o menos cercanas a los pueblos y ciudades. Las maquisapas no pueden ser encontradas, por eso, a menos de 100 o 150 km. de distancia de ciudades grandes, como Iquitos, Pucallpa o Tarapoto. Por su gran tamaño, que los hace muy conspicuos en el dosel, y su costumbre de contestar cuando los remedan, son de los primeros animales que desaparecen cuando el hombre interviene en un bosque.
En Perú habitan dos especies, el maquisapa negro o mono araña peruano, al Sur del Amazonas y el Marañón (Ateles chamek), y el maquisapa de vientre amarillo, Ateles belzebuth), en el Norte. Mientras que el nombre maquisapa, del Kichwa amazónico, significa mano grande, su nombre científico hace alusión a su carencia del dedo pulgar (a-teles: sin pulgar). Efectivamente, el maquisapa no agarra las ramas como otros monos cuando se traslada por los árboles, sino que ‘bracea’, se balancea de una rama a otra usando sus largos brazos y manos como ganchos para impulsarse y pasar de una rama a otra. Esa característica hace que mueva mucho más el follaje y haga más ruido que otros monos, que a veces pasan bastante desapercibidos en el dosel del bosque, pese a su considerable tamaño.
Las maquisapas, junto con otros monos, cumplen una función muy importante en el bosque amazónico, como dispersores de semillas. Famosa es su avidez por el fruto del unguaruhi: no pocas veces he escuchado a indígenas contar que comieron ungurahui “madurado” (ablandado) luego de matar una maquisapa con la tripa llena de este fruto. Hoy es muy frecuente observar cómo los frutos de esta y otras palmeras se pudren en el suelo del bosque, debajo del árbol padre, porque no hay monos u otros grandes animales que los coman y dispersen. Y teniendo en cuenta que el poblador amazónico con frecuencia tala las palmeras para cosechar sus frutos o sus hojas, estamos ante un grave problema.
Esperemos que las nuevas generaciones de niños amazónicos, con conocimientos sobre el funcionamiento del bosque y sensibilidad sobre la importancia de ciertas especies, le dé un respiro a este bello mono, y pronto volvamos a disfrutar de su presencia y sus inestimables servicios como “sembrador” de árboles en nuestros bosques.