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DE PLÁTANOS Y CRECIENTES

Publicado: 2012-07-11

José Álvarez Alonso

Era a principios de los años 90. Estaba visitando la comunidad de Anguilla, en la quebrada Pavayacu, curso medio del río Tigre. La creciente había acabado ese año con los platanales del Marañón y del Ucayali, y el precio del plátano estaba por las nubes en Iquitos. Las comunidades del Tigre que cultivan plátano en las ricas “tierras negras” que hay en algunas zonas de esta cuenca se estaban “doblando”: los comerciantes compraban los enormes racimos en la chacra y pagaban por adelantado. La plata corría a raudales.

Al lado de mi bote, en el puerto de Anguilla, atracó de bajada un comerciante al que había visto surcar el día anterior. Lo conocía de vista, era famoso en la cuenca porque era evangélico, algo no muy común entre los “regatones”. Extrañado le pregunté por qué había bajado tan pronto, si se supone iba a estar varios días mercando plátano en la comunidad de más arriba, San Juan de Pavayacu.

“Me han botado de la comunidad”, me contestó. “Cuando les dije que quería comprar plátano, me dijeron: ¿Traes trago? Como les dije que no, se molestaron y me botaron. No les importó que llevase plata, ropitas, arroz, azúcar, querosene. No querían nada, más que trago.”

Efectivamente, el trago y la cerveza circularon durante esos meses en enormes cantidades por las comunidades del Tigre donde hay buenas extensiones de tierras negras, como en la quebrada Intuto, la quebrada Sanango (un poco más abajo), y en la comunidad de Santa Elena, en la otra banda del Tigre.

Estas tierras negras aparecen en planchones distribuidos de forma irregular entre los ríos Tigre, Corrientes y Pastaza, y en realidad son sedimentos volcánicos arrastrados por el río Pastaza en épocas prehistóricas, desde las faldas del volcán Tungurahua, en Ecuador.

Recomendé a los amigos de las varias comunidades asentadas en la quebrada Pavayacu que aprovechasen las ganancias del plátano para “capitalizarse”, comprar cosas útiles para el hogar y herramientas para su trabajo. Pocos me hicieron caso: a los pocos meses que volví por la zona sólo vi un par de peque peques nuevos y alguna que otra motosierra. La mayor parte de la plata terminó en manos de los vendedores de trago. Algo que sucede con frecuencia cuando la plata entra fácil, por ejemplo con la venta de árboles en pie a los madereros. No cabe duda: la educación para el manejo de la economía familiar es también un elemento fundamental para el desarrollo amazónico.

Acabo de visitar el Napo y he observado el intenso trasiego de plátano que atraviesa el varadero de Mazán con destino a la ciudad de Iquitos. Racimos que usualmente vendían a los comerciantes de Mazán a 3 o 5 soles, ahora les están pagando a 10 y 15 soles, dependiendo del tamaño. Me acordé de lo sucedido en los años 90 en la quebrada Pavayacu. ¿Aprovecharán los amigos Kichwarunas de las comunidades del Napo esta época de bonanza para capitalizarse? Mmmm.

Las comunidades asentabas en las riberas de los ríos “secundarios”, como Napo, Tigre, Corrientes y Pastaza, saben que cada pocos años se producen crecientes importantes en el Ucayali, Marañón y Amazonas, y el precio del plátano sube por las nubes. Los que son un poco previsores mantienen buenas extensiones de platanales, a sabiendas de que van a vender a precios bastante bajos durante varios años, pero que tarde o temprano vendrá una “alagación” en las grandes cuencas productoras de plátano y ganarán buena plata.

Mantener un platanal en altura es mucho más costoso que en restinga, porque la densidad de los máyiques es mucho menor (debido a la menor fertilidad de los suelos) y la hierba crece más, por lo que los huactapeos deben ser más frecuentes. Además, el plátano en altura solo da una buena cosecha de “primerales”, luego una cosecha de racimos menudos, y de ahí tienen que dejar empurmar para que descanse por 10 o 15 años para que sirva de nuevo para plátano. Salvo en las tierras negras de yarinal, que aparecen en algunas quebradas, y por supuesto en las tierras negras volcánicas mencionadas más arriba.

Hay tecnologías para incrementar la producción de plátano en altura y ayudar a remediar la periódica escasez de este producto durante las grandes inundaciones. Una que yo mismo experimenté en mi chacra cuando viví en el Tigre fue el uso del kudzú (Pueraria phaseoloides) como planta de cobertura, leguminosa que mata la hierba y enriquece el suelo con nitrógeno. Los resultados fueron espectaculares: pies de plátano que daban miserables racimos en una tierra cansada y plagada de “matapasto”, con el suelo estuvo cubierto por kudzú produjeron de nuevo enormes racimos; conservo alguna foto. El único trabajo que daba la chacra era el de cortar una vez al mes los brotes rebeldes del kudzú para que no cubriesen al plátano. Intenté extender el uso del kudzú en las comunidades del Tigre y el Corrientes, sin mucho éxito.

Otra alternativa es la siembra de variedades que soporten inundación. Las únicas variedades de plátano que soportan un tanto las crecientes son el “sapucho” y el “felipe”,, pero  no son muy apreciados por los amazónicos (en la Región San Martín la gente sí se ha acostumbrado al sapucho). Se dice que hay variedades de plátano que soportan inundación y son muy similares en calidad al plátano “inguiri” que consume Loreto. ¿No puede traerlas la Dirección Agraria, para que la gente no sufra su escasez en tiempos de inundación?

Finalmente, también se puede enseñar a la gente a procesar el plátano en hojuelas secadas al sol con sistemas adecuados a la realidad local (secadores solares, por ejemplo) y preservantes naturales que permitan su almacenamiento por largos periodos. En vez de regalar víveres cada vez que viene una gran creciente, hay que enseñar a la gente ribereña a ser autosuficiente.


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Amazonía torturada

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