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¿HAMBRE CERO EN LA SELVA?

Publicado: 2012-03-20

Acabar con el hambre en la selva no pasa precisamente por regalar víveres o criar vacas…

José Álvarez Alonso

Cuenta Fray Gaspar de Carbajal, cronista de la expedición de Orellana de 1542 por el Napo y el Amazonas, que los hambrientos españoles encontraron en una comunidad indígena “muy gran cantidad de comida, ansí de tortugas, en corrales y albergues de agua, y mucha carne y pescado y bizcocho, y esto tanto en abundancia, que había para comer un real de mill hombres un año”.

Un siglo después, Don Pedro Texeira, portugués que viajó Amazonas arriba desde Belén do Pará hasta Quito, describe también la abundancia de recursos de fauna con que contaban las familias indígenas, en especial las tortugas charapas, hoy virtualmente extintas: “Los indígenas cogen estas tortugas con tanta abundancia, que no hay corral de estos que no tenga de cien tortugas para arriba, con que jamás saben estas gentes qué cosa sea hambre”.

Hoy, en pleno siglo XXI, y a pesar de los avances tecnológicos y el despegue económico del Perú, las cifras del hambre en la selva son espeluznantes, sólo comparables con países del Sub Sahara africano: la desnutrición infantil afecta al 40-50% de los niños en zonas rurales (en comunidades indígenas la situación es aún más grave). Es ilustrativo un reciente titular del diario La Región de Iquitos: Más del 80% de los niños de zonas rurales padecen anemia perniciosa, afección vinculada estrechamente con la desnutrición… ¿La razón del hambre? La desaparición de la fuente principal de proteína de las poblaciones indígenas: los peces, y la fauna silvestre (incluyendo las otrora abundantísimas tortugas acuáticas), diezmados por la pesca indiscriminada, la caza comercial y la tala de árboles…

Quienes viajan con frecuencia por las comunidades amazónicas saben lo difícil que es encontrar “mitayo” (carne de monte o pescado, fuente principal de proteína para los indígenas), cuando hace un par de décadas obsequiaban al visitante con sus manjares. “Ni para nosotros tenemos”, afirma la gente cuando les preguntamos si hay “mitayo”.

La respuesta tradicional del Estado frente al crecimiento de la desnutrición en la Amazonía ha sido el asistencialismo (vía donación de víveres, incluyendo leche para los niños, por instituciones como el PRONAA o el Vaso de Leche), o el impulso de proyectos agropecuarios ajenos a la realidad socioambiental amazónica. Aparte de lo cuestionable que es convertir a los indígenas en mendigos dependientes, los resultados han sido patéticos. Baste un ejemplo: en muchas comunidades indígenas la leche en polvo donada por el Estado es usada para alimentar perros, gallinas y chanchos (ver foto), o mejor aún, para marchar las canchitas de fútbol (“dura más que la cal, y es gratis”, me cuenta risueño un amigo indígena). Los indígenas se quejan de que esta leche les da diarrea. Y no es por gusto: una buena parte de los niños indígenas, una vez destetados, se hacen intolerantes a la lactosa (el organismo no produce la enzima lactasa, responsable de digerir la proteína de la leche).

Otro tema ha sido el de la cría de ganado para “combatir la desnutrición”. Belaúnde pretendió tener la fórmula mágica para la Selva con el lema “arroz con bistec”. Cosa que suena bien quizás para una comunidad andina, pero para la selva es un despropósito, como demuestra el ejemplo de la cuenca del Paranapura, territorio del Pueblo Shawi, en Loreto: luego de varios proyectos gubernamentales y de la cooperación internacional, y luego de decenas de millones gastados en promover la ganadería, hoy el distrito de Balsapuerto, en el Paranapura, está asolado por la desnutrición infantil, y es el más pobre de Loreto. Y no es por casualidad: los indígenas no comen carne de vaca y menos leche, y la deforestación masiva para sembrar pastos (a razón de dos hectáreas por cabeza de ganado) acabó con la fuente principal de proteína para la población indígena (la fauna silvestre y el pescado). Además, debido a la pobreza de los suelos, las vacas que se crían en la selva, como solemos decir los amazónicos, ‘no dan leche, dan pena’ (ver foto).

Los promotores del desarrollo se han dedicado a mirar el suelo y se han olvidado del bosque que crece sobre él; es increíble que casi nadie se haya percatado de que la mejor forma de enfrentar el problema de la desnutrición en la selva es ayudando a los indígenas y ribereños a recuperar sus recursos pesqueros y de fauna, especialmente en selva baja, donde existen miles de cuerpos de agua y millones de hectáreas de bosques potencialmente productivos, y donde las sociedades son más “bosquesinas” que campesinas. Sin embargo, el Estado casi nunca se ha preocupado en impulsar el manejo de recursos silvestres con las comunidades.

Hambre Cero para 2016

Hoy el Gobierno habla de planes para alcanzar el hambre cero en el Perú para el 2016, lo cual está muy bien. Pero si la idea es enviar más leche en polvo para las comunidades indígenas, y promover la cría de más vacas en la selva, los resultados son previsibles.

¿Es posible recuperar estos recursos de fauna acuática y terrestre de nuevo, para mejorar la nutrición y la calidad de vida de los amazónicos? Por supuesto que sí. Comunidades organizadas lo han logrado en algunos lugares conocidos: por ejemplo, las comunidades del Área de Conservación Regional Comunal Tamshiyacu – Tahuayo, en Loreto, han recibido reconocimiento nacional e internacional por su modelo de manejo sostenible de fauna terrestre, y también han logrado la recuperación de las poblaciones de peces en sus cochas (ver foto); hoy disfrutan de una abundancia de proteína animal casi como los antiguos indígenas, a un bajo costo (el manejo de poblaciones silvestres es mucho más barato que la crianza de animales domésticos). Otras comunidades están siguiendo su camino en diversas cuencas loretanas, como el Nanay, gracias al apoyo de proyectos impulsados por el Gobierno Regional y el IIAP (Instituto de Investigaciones de la Amazonía Peruana) siguiendo el modelo de “conservación productiva”; el reconocido grupo de manejo ‘Yacutaita’ también lo ha logrado en la Cocha el Dorado, y de modo similar algunas otras comunidades en la R. N. Pacaya – Samiria.

El pescado, en particular, se recupera de forma relativamente rápida con medidas simples de manejo, y puede contribuir a mejorar significativamente la nutrición de los indígenas y ribereños. Sin embargo, el Estado y agencias de cooperación, que han invertido cientos de millones en promover la acuicultura (lo cual está bien) casi no han invertido nada en manejo de peces en sus ambientes naturales, que producen muchísimo más con mucho menor esfuerzo (por ej., más de 80,000 toneladas se cosechan en los cochas y ríos de Loreto al año, vs. unas 500 producidas en piscigranjas…).

Y finalmente, hay que tener en cuenta la idiosincrasia de la gente amazónica ‘bosquesina’, con más vocación manejadora de recursos que agricultora. Me decía un amigo indígena del alto Tigre, cuando en mi ingenuidad de biólogo con el cartón fresco bajo el brazo, propuse en su comunidad construir piscigranjas aprovechando un proyecto del Gobierno, hará unos 20 años: “Está bien, hermanito, pero a nosotros no nos vacila criar peces, nos vacila ir a pescar”…

Algo a tener en cuenta para quienes quieren acabar con el hambre en la selva.


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Amazonía torturada

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