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CAMINAR DERECHO

Publicado: 2012-03-20

José Álvarez Alonso

Me encantó la frase de Nadine Heredia en su twitter: “¿Tan difícil es caminar derecho?”. Supuestamente se refería a las tortuosas operaciones del segundo vicepresidente. Yo diría aún más: un funcionario público no sólo debe caminar derecho, sino debe “demostrar” que camina derecho, tanto en su vida pública como en la privada. “La mujer del César no sólo debe ser honesta, sino parecerlo”, reza el antiguo adagio.

Uno realmente se pregunta, con la primera dama, si tan difícil es ser honesto, hacer las cosas bien, respetar las normas y las formas… Pero no, la ambición, la necedad, la envidia, la cobardía, el egoísmo, la avaricia, la lujuria y otras no precisamente ‘cualidades humanas’, no tienen límites. Una vez que prueban el poder, muchos pierden totalmente el control y se creen por encima del bien y del mal. Sobran ejemplos.

Y no se trata de caminar derecho por temas o por espacios, a tiempo parcial: uno debe ser recto en todo, en todos y cada uno de los actos de su vida. “Bonum ex integra causa, malum ex quocumque defectu”, decía Santo Tomás en su Summa Theologica: el bien proviene de la totalidad del ser, el mal de cualquier defecto; es decir, el bien no se puede mezclar con el mal, basta un aspecto malo para contaminar una obra buena. Claro que nadie es perfecto, pero lo que no se puede es tratar de justificar una serie de inmoralidades con la cantaleta de que se trata de la “vida privada”. Y mucho menos justificar, con Maquiavelo, el mal por el bien: el fin no justifica los medios. Y en nombre del bien se han cometido las mayores barbaridades en la historia humana… Parafraseando a Jesús de Nazaret (parábola de los talentos), podríamos decir: “Quien no es fiel en lo privado (lo poco) tampoco lo será en lo público (lo mucho)”.

Siempre me ha sorprendido enterarme de tal o cual personaje súper famoso que, en su vida privada, tenía tales o cuales comportamientos sumamente cuestionables. Una vez muerto y convertido en ídolo casi nadie se acuerda de ellos, pero deberíamos acordarnos. Por ejemplo, un reciente documental televisivo sobre Julio César, el admirado primer emperador romano, ponía de relieve la crueldad, ambición y falta de escrúpulos de este personaje que, a decir del guión, merecería estar en el mismo nivel que Hitler o Stalin, como uno de los genocidas más grandes de la Historia… Y sin embargo es uno de los hombres más admirados de todos los tiempos. Tanto así que millones de personas en el mundo son bautizados con su nombre.

Hablando de nuestro medio: uno se sorprende al enterarse, por ejemplo, de la turbia vida de algunos personajes públicos (desde autoridades hasta hombres de prensa, pasando por dirigentes y líderes de toda laya), que alardean de una supuesta vocación de servicio a la comunidad pero luego tienen en su haber diversos antecedentes de acciones de lo más cuestionables y condenables. Los hay que no pagan pensión de alimentos a sus ex esposas e hijos, los que tienen antecedentes de robos, estafas, malversación, y otros similares; los que fallan por la entrepierna y tienen aventuras por aquí y por allá, sacrificando a la familia; los que viven una vida de vicio y excesos incalificables; los que maltratan a sus subordinados, explotan a sus trabajadores, o hacen gala de un carácter irascible y vengativo con quienes osan llevarles la contraria, o simplemente se cruzan en su camino, etc. etc.

Es increíble también escuchar con qué cinismo algunos de ellos se expresan de los asuntos de interés de la comunidad, y hasta se atreven a dictar cátedra dando consejos y haciendo recomendaciones, con frecuencia juzgando a otros, como si ellos fuesen ejemplos de vida cristiana. Conociendo sus currículos, más bien prontuarios, uno no puede dejar de comentar: ¡qué concha, diosito, qué concha!

Aplicando a la política: creo sinceramente que si a la hora de elegir a nuestras autoridades, o de elegir personas para puestos clave en el aparato público o en cualquier gremio, se evaluase cuál es su comportamiento en su vida privada, creo que nos iría mucho mejor. Sinceramente no creo que una persona que en su vida privada es un inmoral pueda “andar derecho” en la cosa pública. Y no se trata de buscar hombres perfectos, que sabemos que no los hay. Pero sí se puede diferenciar claramente entre quienes más o menos “caminan derecho” y aquéllos cuyo rabo de paja sólo es superado en longitud por ‘la sin hueso’, la naca-naca con la que convencen a los incautos electores.

Finalmente, hay bastantes hombres derechos por donde se les mire, entre los que podemos elegir a nuestros dirigentes y cargos clave en la administración pública. ¿Por qué tenemos que andar creyendo a los torcidos?


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Amazonía torturada

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